Elecciones de EEUU o COP29: ¿dónde se decide el futuro del clima? – Dominio público
“We will ‘drill, baby drill’”
Donald Trump, en referencia al afán de extraer petróleo y gas, durante un discurso en Des Moines, Iowa, enero de 2024
Solo 6 días separan las elecciones del 5 de noviembre en los EE.UU. del inicio de la COP29, la vigesimonovena conferencia de las Naciones Unidas sobre cambio climático, el espacio multilateral donde se toman, o se deberían tomar, las decisiones para atajar el desbocado calentamiento global. El calendario así lo ha querido y, sin duda, la contienda estadounidense marcará tanto la COP como el futuro del clima, sobre todo si Trump sale elegido.
Trump, trumpismo y clima
Que Donald Trump es un negacionista confeso no es ninguna novedad. Su campaña electoral ha recibido grandes donaciones del Big Oil, la industria del petróleo y el gas, que ha inyectado más de 14 millones de dólares para promover su nueva elección. Aunque Trump está cabreado: el monto representa poco más del 1% de lo que quería sacarle a las empresas fósiles. En abril, el líder republicano planteó a una veintena de ejecutivos del Big Oil, con empresas como Chevron, Exxon y Occidental a la cabeza, un quid pro quo consistente en una aportación de 1.000 millones para impulsar su campaña a cambio de, literalmente, eliminar barreras para la perforación, poner fin a la pausa en las exportaciones de gas y revertir las nuevas leyes destinadas a reducir la contaminación de los automóviles.
Sin duda, el expresidente de los EE.UU, no habrá consultado los informes del IPCC o el reciente artículo de Nature “El atlas del petróleo que no se puede quemar” que, dada la estrecha ventana de oportunidad para evitar las peores consecuencias de la emergencia climática, afirma que aproximadamente el 97% de los recursos de carbón, el 81% del gas convencional y el 71% del petróleo deben permanecer en el subsuelo. Pero Trump no entiende de contar moléculas de carbono, se maneja mejor con los dólares.
Aunque lo peor de una posible victoria del magnate estadounidense es el altavoz que tendría el trumpismo, ese fenómeno que hegemoniza la galaxia reaccionaria para propagar y legitimar sus ideas racistas, machistas y negacionistas. Desde la Argentina de Milei hasta el Madrid de Ayuso, la extrema derecha internacional espera ansiosa que el líder supremo recupere su trono en Washington. Y, volviendo al tema que motiva el artículo, eso serían muy malas noticias para el clima porque sus fervientes seguidores anhelan explotar los recursos nacionales, sean cuales sean, para alimentar su proyecto de derecha radical. Por tanto, no es de extrañar que en Europa, Reform UK glorifique la fractura hidráulica británica, el Partido por la Libertad el gas neerlandés, el Partido de los Finlandeses la turba finesa, Alternativa para Alemania el lignito alemán, Reagrupamiento Nacional la energía nuclear francesa y Ley y Justicia la hulla y antracita polacos. Además, esta exaltación de la explotación de los recursos naturales viene acompañada de una nota aclaratoria racista y xenófoba: el grupo étnico propietario de los recursos y su mejor gestor son los nativos blancos.
El impulso reaccionario y negacionista del trumpismo torpedea la línea de flotación del complejo y frágil multilateralismo climático. Si la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático engendró “milagros insuficientes” para la magnitud del problema, como el Protocolo de Kyoto o el Acuerdo de Paris, fue gracias a una negociación a la baja para que las Partes, los países que forman parte de la Convención, firmaran algún tipo de acuerdo global. El contexto internacional en el que se insertan las COP está siempre en competición, con países que se miran de reojo para no perder posiciones en el mercado mundial, y en tensión, con numerosos conflictos abiertos y enfrentamientos militares. Es una incógnita saber dónde quedará el necesario incremento de la ambición climática de las Partes, si son atravesados por el trumpista y su descrédito al multilateralismo. Recordemos que la administración Trump salió del Acuerdo de Paris siguiendo la tradición de los Bush de ningunear este tipo de acuerdos globales.
Kamala Harris, la socialdemocracia y la transición verde
La opción demócrata tampoco representa una garantía para la lucha climática. Más bien todo lo contrario. Los cuatro años de gobierno del tándem Biden-Harris no han supuesto un cambio en el devenir fósil de los EE.UU tras el llamado boom de los combustibles no convencionales, que supuso un considerable aumento de la extracción a partir de 2010 en los Estados Unidos, en plena administración de Barack Obama. Las explotaciones de gas y petróleo de fracking en Dakota del Norte, Texas, Pensilvania, Ohio y Virginia Occidental han posicionado a los EE.UU. como líder de la extracción mundial de petróleo, con una media record de 22 millones de barriles diarios en 2023 y un 22% de la producción mundial, y de la extracción de gas natural, con más de 1.000 bcm (miles de millones de m3) en 2022 y un 25% del global. Sirva como ejemplo de esta tendencia la aprobación en 2023 del controvertido proyecto petrolero Willow de ConocoPhillips en el norte de Alaska: 8.000 millones de dólares para extraer 180.000 barriles diarios con un claro impacto climático y en los ecosistemas árticos.
Pero el verdadero caballo de batalla para Kamala Harris es la continuación del proyecto estrella de la administración Biden, la Ley para la Reducción de la Inflación –Inflation Reduction Act, IRA-. Bajo ese nombre poco intuitivo, el IRA genera grandes incentivos para la transición verde de la industria Made in US incluyendo objetivos ambiciosos para la expansión y fabricación de las llamadas tecnologías limpias y renovables, sin cuestionar el sistema de producción y consumo capitalistas. Sus 369.000 millones de dólares son un instrumento para capturar el negocio verde y retar la hegemonía China en este campo. Lo que el IRA representa, igual que el Green New Deal, es el proyecto de la socialdemocracia del siglo XXI, un intento neokeynesiano para abordar la crisis climática, de ahí la importancia de su continuación o derrota.
Pese a que el IRA es una huida hacia delante que responde más a intereses económicos y comerciales que a la propia lucha contra el cambio climático, Trump ha asegurado que congelará el dinero que aún no se ha gastado: “Para derrotar aún más la inflación, mi plan acabará con el Green New Deal –Nuevo Pacto Verde- al que llamo el Green New Scam –Nueva Escoria Verde.” Su animadversión hacia cualquier política verde demócrata tendrá que lidiar con los líderes republicanos que han expresado su apoyo al IRA porque beneficia a sus distritos con “trabajos verdes”, como los 13.900 millones de dólares para que Toyota Corp construya una nueva fábrica de baterías en Greensboro, Carolina del Norte.
Para demostrar que quiere controlar el gasto público, la solución del expresidente ha sido prometer a su nuevo amigo ecomodernista Elon Musk liderar la Comisión de Eficiencia del Gobierno para auditar las finanzas del gobierno federal con el objetivo de emprender reformas drásticas. Musk, que se ha convertido en el megáfono trumpista, ha aceptado con un “espero con ansias servir a Estados Unidos si surge la oportunidad. No se necesita pago, título ni reconocimiento” Trump ha sumado otro quid pro quo con suculentas donaciones del dueño de Tesla para la campaña republicana a la vez que ha suavizado su discurso anticoche eléctrico.
COP29, multilateralismo climático y el futuro del clima.
Todo lo comentado irrumpirá con fuerza en la COP29. La inercia de las elecciones estadounidenses y sus resultados afectarán de pleno a la que se ha denominado “la Cumbre de la financiación” en Baku, Azerbaiyán. Si gana Harris, todo continuará igual –de complicado-. Si gana Trump, el trumpismo meterá leña a nuestra casa en llamas.
Como muestra un informe del European Council On Foreign Relations de 2023, Democratas y Repúblicanos coinciden en el modelo de reindustrialización y en su enfrentamiento con China, pero difieren en su papel en las instituciones internacionales, que van desde la conservación y reforma, con una clara capacidad de control hegemónico, por la parte demócrata, a ignorarlas y erosionarlas, para los republicanos.
Fuente: ecfr.eu
De todas formas, en la COP29 seguramente podremos observar como el repliegue nacional no es exclusivo de la extrema derecha. Los países racanean cuando se trata de aportar dinero para los pueblos del Sur Global gravemente afectados por la crisis climática. El principio de las responsabilidades comunes pero diferenciadas no se traduce en una transferencia de recursos que permita a los territorios más empobrecidos paliar los efectos de los fenómenos metereológicos extremos y adaptarse a los cambios inevitables. Las cifras astronómicas del IRA o los más de 800.000 millones de euros de los fondos Next Generation contrastan con los 700 millones de dólares que ha conseguido recaudar el Fondo de Pérdidas y Daños, el mecanismo para compensar los estragos actuales de la crisis climática en los países más vulnerables. Además, la promesa incumplida de la transferencia de 100.000 millones anuales de los países industrializados al Sur Global para adaptación y mitigación es ya totalmente insuficiente. Se calcula que necesitaran entre 5,8 y 5,9 billones de dólares hasta el 2030 para cumplir con los objetivos climáticos.
Si el gran reto de la COP29 es la Nueva meta cuantificada colectiva de financiación climática –NCQG por sus siglas en inglés-, un nuevo marco más concreto y operativo para la financiación en mitigación y adaptación, veremos cómo se comportan los grandes responsables, que también deberían ser los grandes donantes. La Unión Europea está pasando factura de los gastos de la pandemia y sus nuevas reglas fiscales seguro que aparecen en la COP para negociar a la baja. Los EE.UU. puede que se mantengan a la expectativa y peguen patada hacia delante para la COP30 en Brasil y, claro está, si Trump es reelegido se puede convertir en un escollo insalvable para la acción colectiva global.
Aunque los resultados de las COP siempre se han mostrado insuficientes, la voladura de este espacio multilateral climático sería una mala noticia. Tanto las elecciones en los EE.UU, como las reuniones del G7 o de los BRICS, o los planes quinquenales de China, son espacios exclusivos con gran poder y repercusión mundial. Por eso, para la mayoría de los países del Sur Global, los pequeños Estados insulares y aquellos que no tienen voz en otros foros, es especialmente importante tener espacios para la visibilidad e incidencia como las COP, aunque siga siendo pertinente cuestionarse: ¿dónde se decide el futuro del clima?