Jornal Internacional Espanhol

Ciberacoso machista: cómo los maltratadores se sirven de la tecnología digital para violentar a sus exparejas



En 2017, el Juzgado de lo Penal número 4 de Jaén condenaba a un joven de 23 años a dos años y medio de prisión por un delito de revelación de secreto tras probarse que había instalado un software espía en el teléfono móvil de su pareja para vigilarla. El hombre llegó a obtener acceso a sus conversaciones telefónicas, así como a sus claves bancarias, datos relativos a su ubicación en tiempo real y muchas otras informaciones privadas por medio de esta particular herramienta tecnológica. A pesar de lo rocambolesca que pueda parecer esta historia, se estima que en España cada vez son más las mujeres que sufren acoso sistemático por parte de sus exparejas desde la impunidad que ofrece el entorno digital.

En los últimos años, y con el único objeto de infundir miedo, inseguridad e intimidación, muchos maltratadores han comenzado a utilizar las tecnologías digitales como aplicaciones y plataformas online para perpetrar sus violencias. El control como táctica de violencia psicológica ha encontrado nuevos frentes en los que perpetrarse fácilmente. Según el Ministerio de Igualdad, aquellas conductas de violencia de género que se ejercen a través de las nuevas tecnologías, de las redes sociales o de internet se engloban bajo la denominación de violencia de género digital y sus efectos llegan a ser devastadores para la salud psíquica y emocional de las mujeres.

Por su parte, el Consejo de Europa definió el ciberacoso en 2018 como el uso de sistemas informáticos para causar, facilitar o amenazar con violencia contra las personas, que tiene o puede tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual, psicológico o económico. Si bien las expertas en la materia reconocen la dificultad de disponer de datos oficiales sobre esta realidad en el caso concreto de las víctimas de maltrato, ya que no existe una contabilización oficial concreta de este tipo de acoso cibernético, un estudio del Observatorio Nacional de Tecnología y Sociedad (ONTSI) estima que esta forma de criminalidad ha pasado de representar el 7,5% de las infracciones penales en 2018 a ser del 16,1% en 2022, según el Sistema Estadístico de Criminalidad del Ministerio del Interior.

Marina Martín ha trabajado como coordinadora y psicóloga en un punto de violencia de género de una mancomunidad de Madrid (cuyo nombre preservamos para proteger la identificación de los testimonios que se narran a continuación), donde durante años ha atendido a supervivientes de violencia sexual. En conversación con Público, Martín apunta que “las nuevas tecnologías favorecen y ayudan a que el acoso y hostigamiento se siga manteniendo aunque la víctima ya no tenga contacto con el agresor”. Relata el caso de una de sus pacientes, quien se había visto obligada a desplazarse al extranjero para zafarse de su agresor: “Él, inicialmente, parecía que no buscaba entrar en contacto con ella, hasta que, al cabo de una semana, empezó a mandarle mensajes amenazándola con infligir violencia hacia su mejor amiga a través de comentarios en redes sociales, ya que la acusaba de ser la culpable de la ruptura entre ambos y de que ella no quisiera volver con él”. La víctima, cuenta, tuvo que recurrir a ayuda en la embajada ante el terror de que su amiga pudiera sufrir daños físicos.

El empleo de redes como Instagram o Twitter para acosar mediante mensajes o comentarios en publicaciones (tanto desde sus perfiles personales como creándose nicknames falsos) es una táctica habitual entre los maltratadores. Muchos llegan incluso a presentarse en el lugar donde se encuentran sus víctimas tras haber rastreado sus pasos, valiéndose de la ubicación presente en las publicaciones. Sin embargo, la perversidad de las prácticas de control sobrepasa el ámbito de las redes: hay quienes utilizan apps de pago como Bizum y Paypal, aprovechándose de que éstas no permiten bloquear a usuarios, para enviar pequeñas cantidades de dinero de manera repetitiva y así poder ir mandando, a través de los conceptos, mensajes intimidatorios. A menudo mandan mensajes como “no puedes huir de mí” o “sé dónde estás”, ya que tratan de generar una sensación de inseguridad constante aunque no exista contacto físico entre maltratador y víctima. “Yo he tenido un caso donde el hombre pedía créditos a nombre de ella porque tiene sus datos bancarios, pero otras veces retienen la manutención de los hijos en común o los pagos que tienen a medias, como las hipotecas, para impedir su independencia económica y empobrecerlas”, narra Martín.

La manipulación de dispositivos de domótica por medio de apps al efecto para alterar termostatos, luces o cerraduras inteligentes, pero también para activar cámaras de seguridad, es otra de las formas en que este acoso digital toma forma. Desde aplicaciones vinculadas, estos agresores pueden operar inclusive sobre los robots de limpieza, desactivar o activar alarmas, subir el aire acondicionado y un largo etcétera. La BBC describe en un artículo cómo “la tecnología del hogar se ha convertido en una peligrosa arma en manos de los abusadores domésticos. Todo es controlado de forma remota y muchas de sus parejas no saben cómo restablecer los aparatos y tomar control sobre ellos si es necesario”, información compartida por la revista académica The Conversation, que en 2017 advirtió de que “los hogares inteligentes podían agravar el abuso doméstico”.

La geolocalización en tiempo real

Tristemente común se ha convertido asimismo el rastreo y la geolocalización mediante el llamado software espía (más técnicamente stalkerwares): se trata de apps de uso cotidiano como “buscar mi móvil” que permiten saber, en tiempo real, donde se halla un determinado dispositivo. Es habitual, cuando alguien pierde su smartphone o sufre un robo, emplear este tipo de tecnologías con el fin de recuperarlo al instante. Sin embargo, en las manos equivocadas, estas aplicaciones allanan el terreno a quienes buscan saber qué hace su pareja o expareja en cada momento. Según Womenslaw, si un agresor comparte un plan móvil con su víctima, si tiene acceso a su cuenta o si tiene otra manera de conseguir acceso a su información (como puede ser mediante un programa espía), algunas aplicaciones descargadas o su ordenador son utilizadas para controlar. Lo mismo ocurre con los aparatos sincronizados en la “nube”. Apps como AirTags de Apple o Tile, que funcionan para localizar objetos de uso diario como llaves o una mochila, se convierten en eficaces aliados para rastrear a las víctimas.

Todo esto resulta en una certeza: la violencia machista ha ido transmutando su forma y ha adoptado tácticas mucho más sibilinas que amenazan la autonomía de las mujeres. “Actualmente, ya no está tan normalizado que te insulten, que te levanten la mano o que te griten, tenemos más presente que eso no está bien. Ahora la forma de ejercer la violencia se va camuflando y se hace más en la intimidad, haciendo creer a la persona que está loca o que está imaginándose escenarios irreales a través de todo este acoso digital”, alega a este medio Sonia Caballero, psicóloga feminista y divulgadora sobre salud mental a través de su cuenta Psicología sin Estigma.

href="https://broker-qx.pro/sign-up/fast/?lid=981904">

Identificar la violencia sufrida en el universo digital se convierte en algo realmente complejo, al darse de una forma sumamente silenciosa y sibilina. El rastreo de posición puede llevarse a cabo a través de métodos más sofisticados, como utilizar una red wifi abierta para hackear y hacer que los mensajes aparezcan enviados desde el lugar donde se haya ella. “Una mujer denunció que, tras haber dejado a su pareja, él filtró su número de teléfono en páginas de ofertas de prostitución y publicitó servicios sexuales haciéndose pasar por su expareja. Ella denunció esta situación a la Guardia Civil desde el punto municipal de violencia de género donde estaba siendo atendida, inserto en los servicios sociales”, indica Martín. Añade que, tras interponer la denuncia, “nos llamó a Guardia Civil para decirnos que la IP que aparecía como emisora de esos mensajes era la del centro de crisis y el punto de violencia. Es decir, él de alguna manera había conseguido hackear y que la IP apareciera como del centro de atención, como si nosotras fuéramos las que estábamos escribiendo en la página de servicios sexuales”.

El grupo de mujeres más vulnerable ante todo esto son las adolescentes. Tal y como refleja un informe de la Delegación del Gobierno para la violencia de género, las mujeres jóvenes se encuentran más indefensas ante el daño que produce el ciberacoso, por lo que su vivencia es muy traumática. A menudo son víctimas de sextorsión (chantaje por parte de una tercera persona que utiliza contenidos de carácter sexual para obtener algún beneficio de la víctima, amenazándola con su difusión y publicación) por medio de apps basadas en la Inteligencia Artificial (IA) con las que los maltratadores elaboran deepfakes, fotos falsificadas que conforman lo que comúnmente se conoce como “pornografía de venganza”. A ello se suma, como puntualiza Caballero, un factor intrínsecamente ligado a la propia edad de las víctimas: “Durante la adolescencia estás más en contacto con este tipo de dispositivos, pero además es una etapa de la vida en la que todavía no tenemos tantas habilidades para resolver conflictos, el peso del grupo es super importante y estamos desarrollando y perfilando nuestra identidad”, sostiene la psicóloga.

Un sistema todavía incapaz de frenar la violencia digital

El acoso machista a través de Internet, al igual que cualquier otra forma de violencia psicológica, presenta consecuencias devastadoras para la salud mental. Según una encuesta llevada a cabo por Amnistía Internacional y difundida por el Ministerio de Asuntos Sociales, el 55% de las mujeres que han sufrido acoso en redes sociales en los últimos años han experimentado ataques de pánico, ansiedad o estrés. Otro 57% ha mostrado una gran sensación de aprensión al pensar en utilizar internet o las redes sociales. Expertas y activistas coinciden en que el agobio, la culpabilidad, la vergüenza y el miedo que se deriva de estas acciones afecta al equilibrio emocional de las víctimas pero también a sus relaciones sociales en el mundo offline.

La sintomatología ansioso-depresiva, el trastorno de estrés postraumático y la desesperanza son patrones habituales entre las que sufren esta realidad invisible, pero también el aislamiento social y la pérdida de autoestima. La legislación actual parece no estar todavía preparada para dar respuesta a la gravedad que entraña todo ello: pese a que la ley 1-2004 integral de medidas contra la violencia de género especifica en su artículo 1.3 que la violencia de género comprende “todo acto de violencia física y psicológica, incluidas las agresiones a la libertad sexual, las amenazas, las coacciones o la privación arbitraria de libertad”, no se incluyen referencias específicas a la violencia machista dentro del entorno digital, tal y como sí recomiendan desde el Parlamento Europeo y el Consejo de Europa.

Tampoco las plataformas a través de las cuales se cometen este tipo de delitos contra la intimidad de las mujeres (delito que aparece recogido en la Carta de Derechos Fundamentales de la UE como “irrenunciable”) han puesto en marcha de forma mayoritaria mecanismos que permitan proteger a las mujeres. Se han dado tímidos esfuerzos como el proyecto “DeStalk” de la UE, al que se han adherido desde empresas hasta asociaciones contra la violencia de género, para garantizar la seguridad en el campo de la tecnología de la información. Por su parte, Google y Apple han retirado ya de sus “tiendas” o servidores las aplicaciones de “programas espía”, aunque los expertos han asegurado que son muy fáciles de conseguir en otras plataformas.

Ahora bien, muchas activistas feministas abogan por que las demandas se encaminen a construir cambios que afecten a nivel estructural y que escapen de la cultura de la hipervigilancia por parte de las víctimas. Alimentar narrativas que fomentan la aversión al espacio digital al tratarse de un nido en el que muchos maltratadores depositan sus violencias favorece todavía más el aislamiento de las víctimas. Y, sobre todo, descentra el foco del sujeto que ejerce violencia a quien la sufre a través de un discurso basado en el miedo. Sonia apuesta por “soluciones a largo plazo que van directamente a la raíz del problema”: “Necesitamos no poner la atención exclusivamente en las redes sociales, no podemos quedarnos en la punta del iceberg, sino mirar qué está haciendo que una persona llegue a acosar a otra por Bizum dentro del sistema patriarcal”, afirma. A su juicio, “todos debemos responsabilizarnos de señalar los comportamientos que vemos, que en el momento en que alguien está haciendo un comentario de control o vejatorio haya una respuesta conjunta y que el que está reproche ciertas conductas”.





Source link

Facebook Comments Box

Artigos Relacionados

Botão Voltar ao Topo
Translate »