Las Kellys y las trabajadoras del hogar aúnan fuerzas: “No es lógico que un torero se jubile a los 55 años y nosotras a los 67”
Imagina lo agradable que resulta llegar a un hotel de vacaciones y encontrarlo reluciente, listo para recibir huéspedes, o a una casa impecable donde reina la comodidad. Ahora piensa en ese vecino mayor que siempre pasea acompañado de una mujer en la que se apoya porque ya le resulta imposible caminar, ducharse o vestirse solo. Aunque no siempre se vea, detrás de todo eso hay manos que trabajan sin descanso, pero cuyos derechos se vulneran sistemáticamente. Para Rafaela Pimentel, portavoz de Territorio Doméstico, se trata de “un problema más producido por la cultura patriarcal y colonial“: los trabajos de cuidados y limpieza, realizados mayoritariamente por mujeres, especialmente migrantes, son naturalizados y, por tanto, desvalorizados. Es por ello que su organización junto a las Kellys de Madrid han decidido aunar fuerzas para poner de manifiesto –una vez más– que sin ellas, el mundo, literalmente, se detendría.
La colaboración entre Kellys Madrid y Territorio Doméstico comenzó hace dos años en talleres donde compartieron sus experiencias y reflexionaron sobre los riesgos para su salud derivados de sus trabajos. “Nos dimos cuenta de que no podíamos seguir ignoradas”, explica María del Mar Jiménez, portavoz de Kellys Madrid, en una conversación con Público. Este esfuerzo culminó en un conjunto de propuestas concretas que, si se implementaran, transformarían las condiciones laborales de miles de ellas. Entre las demandas clave, destaca el reconocimiento de sus enfermedades profesionales, que hasta ahora son catalogadas como comunes, ignorando la relación directa con su labor. Por ejemplo, dolencias como la bronquitis química no se reconocen oficialmente porque estas mujeres no trabajan en industrias consideradas “de riesgo”, a pesar de estar expuestas a productos tóxicos a diario.
Kellys Madrid y Territorio Doméstico presentan este 30 de noviembre la campaña “Sin nosotras no se mueve el mundo”
Bajo el lema “Sin nosotras no se mueve el mundo”, estos colectivos han lanzado un calendario para 2025 que ilustra, con fotos, haikus y relatos, las enfermedades profesionales, los cuerpos rotos y las luchas cotidianas de estas trabajadoras esenciales. El objetivo es claro: sensibilizar a la sociedad y exigir justicia en un sistema laboral que las condena a la “esclavitud” y al olvido. La presentación de la campaña tendrá lugar este sábado 30 de noviembre en el Museo Reina Sofía.
“Cuando empecé, hacía entre 15 y 18 habitaciones en un turno de ocho horas, con un sueldo decente y vacaciones según convenio. Ahora, en el mejor de los casos, te exigen 30 habitaciones y cobras mucho menos”, lamenta María del Mar Jiménez. “Nos han pasado de ser trabajadoras directas de los hoteles a esclavas subcontratadas por empresas de servicios”, insiste. Si bien su precariedad extrema no solo se mide en euros, sino que es su salud la que está en juego. “El desgaste físico es brutal: hernias, problemas en las articulaciones, dolencias respiratorias… Todo fruto de un sistema que no nos ve como trabajadoras, sino como recursos reemplazables“, denuncia Jiménez.
“Nos tratan como ciudadanas de segunda o tercera, dependiendo de si eres migrante. Estamos hartas de que se nos exprima y luego se nos deje de lado”, continúa la portavoz de Kellys Madrid. Durante la pandemia, pareció quedar claro que estos trabajos son esenciales para el funcionamiento de la sociedad. Sin embargo, cuatro años después, el reconocimiento sigue brillando por su ausencia. “No hacen nada para mejorar nuestras condiciones. Ni siquiera cumplen las promesas que nos hacen”, critica María del Mar Jiménez, recordando las falsas esperanzas generadas por algunas figuras políticas que quedaron en papel mojado.
María del Mar Jiménez: “Nos tratan como ciudadanas de segunda o tercera, dependiendo de si eres migrante. Estamos hartas de que se nos exprima y luego se nos deje de lado”
Llegadas a este punto y tras tantos años de lucha –las Kellys se empezaron a organizar hace ya diez años–, ella ha decidido “dejar de morderse la lengua” y no duda en señalar al Ministerio de Trabajo, de Seguridad Social y Turismo como principales responsables: “No es lógico que un torero se jubile a los 55 años y nosotras tengamos que arrastrarnos hasta los 67, cuando muchas no llegan ni a esa edad en condiciones de trabajar”, argumenta Jiménez.
Rafaela Pimentel subraya, por su parte, cómo las problemáticas del trabajo del hogar y los cuidados no son en absoluto cuestiones aisladas o individuales, sino reflejo de una estructura que históricamente ha relegado a las mujeres a los márgenes de la economía formal y al ámbito de lo privado. Es por ello “en buena medida” que estos trabajos se han desarrollado en condiciones precarias y desprovistas de derechos laborales equivalentes a otros sectores. Una desigualdad que se refuerza por la falta de reconocimiento institucional y social del valor de estas tareas.
Rafaela Pimentel: “Esta deuda no solo es económica, sino de reconocimiento”
Desde su colectivo, Territorio Doméstico, Pimentel denuncia que el trabajo de cuidados no puede seguir siendo entendido como una obligación exclusivamente femenina, una extensión de sus roles tradicionales, sino que debe ser asumido como una responsabilidad compartida. Esto conlleva que “los hombres deben implicarse activamente en el cuidado y que el Estado tiene que dejar de mirar hacia otro lado”, implementando políticas públicas que dignifiquen y regulen este sector. Como la campaña misma señala, el trabajo de cuidados y doméstico “no se mueve solo”, y su naturalización ha permitido que “el desgaste físico y mental de estas trabajadoras se perpetúen sin solución alguna”.
Ni Pimentel ni Jiménez se olvidan, no obstante, de que esta problemática no es solo laboral, sino profundamente interseccional: afecta de manera desproporcionada a mujeres migrantes, muchas de ellas en situaciones de vulnerabilidad adicional por falta de papeles o acceso limitado a derechos básicos como la sanidad o el empadronamiento. Esta doble discriminación, por género y origen, refleja la “deuda histórica” que la sociedad y el Estado tienen con los cuidados. En palabras de Pimentel: “Esta deuda no solo es económica, sino de reconocimiento”. De ahí que lo que reivindiquen tenga que ver con una reparación histórica que abarque a todas las mujeres que, durante generaciones, han sostenido la vida sin recibir nada a cambio.